Esta historia fue escrita por encargo del amigo Joan, un poco para sacarme de mi mundo.
Gracias caballero, lo quiero y le quedan bien esas medias
XD
"Por favor, apaguen sus celulares"
El se levantó de la silla, salió de detrás del escritorio y se acercó al ventanal... fabulosa vista desde el décimo primer piso. Se estiró para sacudirse la pereza de hacer todos los días lo mismo. "Y yo hice todo esto... ", pensó. Miró el reloj de oro en su muñeca y se percató de que faltaban solo unos minutos para que sus visitas llegaran. "No todos los días el presidente de le Real Academia Española visita mi oficina". Pero en verdad no era para sorprenderse, después de todo él había hecho renacer el idioma. Había revalorizado la comunicación cara a cara. Él... él había vencido al mundo de la tecnología, enterrando la popularidad de los teléfonos celulares, salas de chat y toda clase de comunicación virtual. Y con una idea tan simple... Todo gracias a ella. Al pensar en ella se despertó algo dentro de el, pero no había tiempo para ello pues su secretaria se asomó por la puerta (no había intercomunicadores en el edificio) para comunicarle que sus invitados estaban ahí.
Tres hombres traspasaron el umbral de la puerta con aire solemne. Uno de ellos era el Presidente de la Real Academia, los otros eran solo reporteros. Una vez cumplido el protocolo, se dedicaron a las preguntas. "¿Qué siente estando a la cabeza de este imperio?, ¿Responderá a las acusaciones de las empresas de tecnología móvil?" Era fácil contestar a todas y cada una de ellas, eran tan predecibles. Pero llegó la pregunta que lo descolocó, una pregunta tan simple como inesperada: ¿Qué lo impulsó a lanzar esta campaña contra los celulares y las comunicaciones virtuales?. Por años él había disfrazado sus motivos, pero hoy se sentía en un callejón sin salida. Era momento de confesar, pero las palabras no llegaban. El reportero, viendo que lo tenía en sus manos, prosiguió con otra pregunta: ¿Por qué odia los teléfonos celulares? Empezó a sudar, pero se serenó y contesto:
- Voy a contestar a su primera pregunta: comencé con esto... por una chica.
- ¿Por una chica?
- Sí, efectivamente
- Esta bien, pero... ¿podría explicarse?
- Sí, con mucho gusto. Verá usted, yo crecí en un pequeño pueblo del interior. No teníamos mucho que hacer en verano, así que nos entreteníamos mirando a la gente que pasaba por el pueblo de camino a su destino de vacaciones. Un día cuando yo tenía mas o menos dieciséis años vi a una chica caminando por la calle principal del pueblo. ¡Por Dios, era hermosa! No solo bonita, era de esas chicas que lo dejan a uno sin aliento. Solo pude quedarme quieto, sin sacarle los ojos de encima. El ángel siguió caminando hasta que llegó a la esquina, sacó un teléfono celular de su bolsillo y se puso a hablar. Por media hora la vi gesticular y conversar. Lograba que hasta la cosa más simple se transformara en una maravilla. Me acerqué, no se cómo. Antes de darme cuanta de lo que hacía, le toqué el hombro para llamar su atención. Se dio vuelta y sonriendo me dijo "Espera un momento, ya termino con esto". Diez minutos después colgó el teléfono y empezamos a hablar mientras caminábamos por la calle. Yo quería saber todo sobre ella.
- ¿Y cuántos años tenés?
Suena el celular
- Esperá, atiendo y ya seguimos
- Si, no hay problema.
- Si, estoy ocupada... No, contame... ¡No! ¡No te lo puedo creer! Aja... aja... Noooo...
A los veinte minutos terminó de hablar, y nuestra conversación volvió a ser el centro de la escena. Resultó ser un año mayor que yo, y estar de vacaciones en el pueblo visitando parientes. Tenía todo el verano para estar con ella, solo tenía que invitarla a salir. Me armé de valor, abrí la boca y... ¡Sonó su teléfono de nuevo!
- Es solo un mensaje de texto. ¿Qué decías?
- Quería preguntarte si queríais salir y hacer algo algún día de estos.
- ¡Si, me encantaría!
No podía creerlo, lo había logrado.
- Entonces ¿qué te parece el sábado, nos encontramos en este mismo lugar y vemos que hacemos?
- Perfecto, nos vemos el sábado.
Sin que yo pudiera creer mi suerte, llegó el sábado. Con una camisa limpia y planchada, llegué al lugar y me senté en un banco. A los quince minutos llegó ella. La vi aproximarse con el brazo levantado y una mano cerca de la oreja. Pensé que me saludaba pero no, estaba hablando por celular. Nos saludamos y empezamos a pasear por las pocas tiendas que había en la calle principal. El teléfono sonaba a intervalos regulares de unos veinte minutos, así que nuestra conversación no era muy fluida. Derrepente se me ocurrió una idea: Si fuéramos al cine, ella tendría que apagar el teléfono. Le propuse la idea y le encantó, así que caminamos hacia el único cine del pueblo. Dejé que eligiera la película, como todo caballero. Nos sentamos en el medio y la película empezó. Era divertida, pero derrepente percibí que ella temblaba. No, no era ella... era... el celular que vibraba. Se disculpó, se levanto y se fue afuera de la sala a atender la llamada. No volvió sino cuarenta minutos después, cuando la película ya terminaba.
Cuando nuestra salida llegaba a su fin, me ofrecí a acompañarla a su casa. Ya en la puerta ella (para mi sorpresa) me propuso salir otra vez. Y así pasaron los días. Nos veíamos cada dos o tres días, pero nuestro tiempo era interrumpido constantemente por ese repique infernal. Entre salidas y besos inocentes transcurrió el verano. Sentía que mi cariño por ella crecía, pero que esa maquina diabólica que ocupaba su bolsillo no me dejaba expresarlo.
El ultimo día de su estancia, le propuse ir a la plaza donde nos habíamos conocido. Ella aceptó nostálgicamente. Nos reímos un rato, hasta que sonó su teléfono. ¡Esa fue la gota que derramó el vaso!
- ¡Tenés que elegir, es el o yo!
- ¿El o vos? ¿Qué?
- Si, es el o yo, punto final.
- Bueno, pero... ¿quién es él?
- ¡Tu celular! No puedo seguir con esto. Tenés que tomar una decisión, o hablas por teléfono o estas conmigo.
- Mmmm... No te enojes, pero... mi teléfono es... yo..
- No digas mas, ya está
- ¿Así que eso es todo?
- Si, a menos que cambies de opinión.
- Yo...
Ese sonido otra vez. Ella atiende y yo me voy de la plaza.
La herida rea grande, pero pensé que con el tiempo sanaría. Y así fue, con los años pensé cada vez menos en ella hasta que se convirtió en un recuerdo placentero. Solo tenía un problema: cada vez que sonaba un celular algo en mi se trastornaba y me devolvía a ese verano. Me llenaba de furia y tristeza. Así que cuando crecía la idea del "Comité contra el abuso de las telecomunicaciones" fue formándose en mi cabeza. Con mucho trabajo, y ayuda logré hacer lo que hice y estar hoy donde estoy. Miles de personas reconocen ahora la importancia de estar cara a cara con las personas con las que hablamos. Entienden ahora que el mundo no se acaba por no estar siempre comunicados. Nuestros niños no necesitan tener un teléfono en el bolsillo para sentirse seguros. Podemos caminar dos pasos en vez de usar un intercomunicador.
- Increíble, sencillamente increíble.
- No, es solo otra historia más.
- No, esto no se ve todos los días. Por una mujer usted vive en un edificio sin teléfonos, faxes, Internet o cualquiera de esas cosas.
- No es tan terrible.
- Pero dígame, ¿cuál es el nombre de esa dama que tanto lo lastimó?
- Su nombre es... Diana.
Derrepente un sonido inundó la habitación. Un sonido agudo y penetrante.
- ¿Qué es ese ruido? ¿Tiene un celular en el cajón?
- Discúlpenme caballeros.
Se levanto, caminó tres pasos dándoles la espalda.
- ¿Diana? ¿Sos vos? Si, claro. ¿Un café? Si, tengo tiempo. Nos vemos en unos minutos.
Colgó el teléfono, se dio vuelta nuevamente y dijo en voz alta, a nadie en particular:
- ¡Sabía que llamarías! Sabía que todos estos años de campaña contra las comunicaciones haría que volvieras a mí. ¡Ahora eres mía de nuevo! Jajaja!
Entonces calló al suelo. Los tres hombres se acercaron, uno de ellos le tomó el pulso y dijo:
- Está muerto. Creo que esa llamada lo mató.